La caridad encuentra su expresion mas grande cuando la persona ama a Dios y a los otros como a si mismo. La caridad del Salvador siempre ayudó a la gente a aprender a respetarse a sí mismos por la forma en que Él los trataba. Todos recibían su respeto. Ese detalle removía murallas y los recompensaba por sus propios esfuerzos cuando era posible. Los encaminaba en dirección a una mejor vida. Su caridad también estaba dirigida a satisfacer necesidades pequeñas pero de carácter inmediato, como el de alimentar a la multitud ya que estaban, en el momento, hambrientos. Cada persona que se encontraba entre la multitud pudo satisfacer su hambre.
Vemos, en los ejemplos del servicio del Salvador, que Él vivió de acuerdo a estas mismas creencias. El ejemplo más grande de los sentimientos del Salvador sobre la caridad, por supuesto, se encuentra en los días finales de Su vida, cuando tomó sobre Sí nuestros pecados en el Huerto de Getsemaní y en el Jardín del Edén. Aunque Él vivió una vida perfecta, sufrió por cada persona que ha vivido, por dignos e indignos por igual, y por aquellos que merecían ayuda y por aquellos que trajeron miseria sobre sí mismos por causa de su propia elección. El no hizo distingos. El nos ama a todos por igual, y sufrió por cada uno de nosotros individualmente.
El mundo en el que vivimos se beneficiaría grandemente si los hombres y mujeres en todo lugar ejercitaran el amor puro de Cristo, el mismo que es amable, humilde y suave. No tiene envidia ni orgullo. Es único porque no busca nada a cambio. No contiene mal ni enfermedad, no se regocija en la iniquidad; no tiene lugar para la intolerancia, odio ni violencia. Se rehúsa a permitir la ridiculez, la vulgaridad, el abuso o el ostracismo. Anima a diferentes tipos de personas a vivir juntos en amor cristiano sin importar su creencia religiosa, raza, nacionalidad, condición financiera, educación o cultura. (Howard W. Hunter, “Una manera más excelsa.
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